Dr. Mariano Lozza «Hablan de la angustia, como si los médicos no la tuviéramos»
Por Martina Dentella, Cuatro Palabras
Hizo un par de años en la carrera de nutrición, pero a mitad de camino decidió pasarse a medicina. Vivía en La Tablada y viajaba todos los días en bicicleta hasta la Facultad de Medicina, unos 25 kilómetros. En los huecos que habilita la carrera, trabajaba de pintor con su papá para poder cubrir sus gastos.
Se recibió en el 2001, en plena debacle, no se conseguía trabajo, entonces entró a una ART, que tardó seis meses en pagarle.
Hizo la residencia en medicina general en el barrio Padre Mujica, conocido como Fuerte Apache; “mi papá tuvo siempre un activismo en derechos humanos, y yo siempre estuve cerca de él, elegí esta especialidad por eso”, dice. Estuvo cuatro años, hasta el 2007. Una enfermera que vivía en el barrio los acercaba a la realidad de la gente que vivía en el lugar. En las fotos de los cumpleaños siempre había un amigo menos de los hijos en las fotos. Se morían por la violencia, por las drogas, se morían de realidad.
Muchas personas estaban desocupadas, por eso a los residentes se les ocurrió armar un grupo de caminantes. Llegaban antes de las ocho de la mañana y acompañaban a vecinos y vecinas a caminar, y después los atendían.
Con su compañera, la médica generalista Cecilia Marzoa, empezaron a hacer un camino migrante, estuvieron un año en Río Negro, luego tres años en un pueblo rural de 9 de Julio, La Niña. Siguió Chaco y un proyecto de Médicos del Mundo con el pueblo Toba, donde capacitaron a promotores de salud, y con la comunidad campesina de Santiago del Estero, MOCASE.
En el 2010 hubo un terremoto en Haití que devastó a la comunidad y que devino en una epidemia de cólera, se necesitaban médicos que relevaran datos y atendieran a la población. Vivieron un año atendiendo y capacitaron a 410 promotores de la salud en ese país.
Al regreso pasaron por las islas del Delta de San Fernando, después llegaron dos años en José León Suárez, Municipio de San Martín, donde ambos ocupaban direcciones de centros de salud, y donde trabajaron en conjunto con José María Di Paola, más conocido como Padre Pepe.
Finalmente, el Intendente de Chivilcoy de ese momento, Anibal Pitelli, los convenció. Les dijo que los centros de salud estaban muertos, que querían darle vida y que funcionaran los equipos. La condición de Mariano Lozza y su compañera para instalarse en Chivilcoy fue que operara el Consultorio Amigable para la diversidad sexual en esa ciudad.
-¿Ahora estás en Castilla?
-Sí, hago la guardia los martes. Castilla es el único pueblo rural sin casos por ahora. Los vecinos están controlando las entradas, están organizados. Los que podemos contagiar somos los de afuera. Por eso estoy apartado, bromeamos porque estoy tipo preso, no como con el resto del personal y atiendo con barbijo y mascarilla, para cuidarnos.
-¿Cuál es la situación del sistema de salud en Castilla?
-Tiene muchos recursos, venimos cinco médicos, uno por día, y hay cobertura de 24 horas, o sea que siempre hay un médico. En otros pueblos rurales hay un médico una vez por semana.
-¿Con qué panorama te encontraste en Jujuy? ¿Cuál es el estado de situación?
-Cuando llegó el coronavirus a la Argentina me anoté en el sistema de voluntarios, y al comenzar la escalada de casos en Jujuy evidentemente nadie quería ir. Fui con una amiga, médica generalista también. Fuimos a hacer atención primaria con el Ministerio de Salud de la Nación. Llegamos el 31 de julio en un avión de la Fuerza Aérea e hicimos territorio con agentes sanitarios. Fuimos a los pueblos con más casos y que tenían menor cobertura de médicos. El ejemplo más grosero de lo que nos encontramos es Alto Comedero, barrios grandísimos, que tienen 120 mil habitantes. En el registro de casos confirmados por hisopado, había 44 casos el 31 de julio cuando llegamos. Pero cuando recorrimos el lugar con las agentes sanitarias, el relevamiento nos daba 4200.
Una de las dificultades fue que no había médicos en los centros de atención primaria, porque los habían trasladado a todos a los Hospitales de campaña, rompieron los equipos.
Los agentes no tenían a quién pasarle esos problemas, porque no había médicos, que estaban resistiendo los casos graves en los Hospitales.
Cuando llegamos a Ledesma, directamente nos encontrábamos con gente muerta en su casa, y muchísimos más casos de los que estaban confirmados. Luego seguimos en otras poblaciones con las mismas condiciones.
-La cobertura mediática que se hizo de esta pandemia en general ocultó las historias detrás de los números que relatás…¿qué le decís a la gente descreída después de lo que tus ojos vieron?
-Hay que intentar comunicar las certezas, me gusta esa palabra. Hay tanta incertidumbre. La vacuna está, la rusa funciona y está en fase tres, pero hasta que se produzca y se vacune masivamente, falta. Lo mismo con la que se va a producir en Argentina, faltan no menos de seis meses. Ante el aumento de casos de cada día, y frente a los medios de comunicación que dicen que es la cuarentena más larga del mundo, cuando en realidad es mentira, está todo abierto con protocolos. Las fábricas, los restaurantes. Los medios deberían informar las certezas, ¿cuáles son?, que si te ponés barbijo y mascarilla y respetás la distancia no te vas a contagiar, es casi imposible. Mucha gente no usa la máscara, y es necesaria para que el virus no ingrese por el ojo. Esa es una certeza, hay que machacar. Otra certeza es que si no usás el barbijo y alguien tiene coronavirus, te vas a contagiar, es casi con seguridad, porque el coronavirus es cada vez más contagioso. Se habla mucho de la angustia, como si los médicos, que aconsejamos ciertas cosas, no estuviéramos angustiados. Nosotros también nos podemos enfermar, y contagiar a nuestros padres, suegros, y sabemos que se pueden morir. Y gracias a esas medidas hay poca gente muerta.