«Tiempos de estulticia» por Emanuel Bibini

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“…de nada sirve que las leyes establezcan la igualdad, si las deudas privan de ella a los pobres”. Plutarco.

Los tiempos que corren se presentan impiadosos en lo que a verdad y datos respecta. Con la misma velocidad que la maldad, se observa —si uno se puede abstraer un poco de la vorágine cotidiana que mecaniza al sujeto— también cómo crece la estulticia (vamos a llamarles a las cosas por su nombre). Verdaderamente llama la atención de la manera en que se pasó de un fanatismo cientificista (siglo XX), a esta actualidad en la que hay premisas científicas que se niegan abiertamente casi sin oposición —tema que puede quedar para otro escrito, pero con algunos ejemplos mencionados ut infra tendrán quienes leen una idea—. Se cambió el eje de las discusiones sociales, que antes tenían que ver con mejoras en la calidad de vida de los ciudadanos —viviendas, salarios, estabilidad económica, seguridad, justicia, etc.—, y se instaló otro tipo de controversia de índole libertina (cosa que tanto al gobierno anterior como a este les cayeron muy bien como cortina de humo para tapar temas como los que acabo de enumerar, que requieren solución urgente en la Argentina). Estos supuestos iluminados modernos que descubrieron de pronto lo que está bien y lo que está mal (sí, los mismos que afirmaron durante mucho tiempo que no había tales cosas), ahora se encuentran afanosos por impartir estos profundos conocimientos por ellos así preciados. Y luego, del otro lado de esta supuesta grieta que se intenta imponer, y de alguna manera se logra (si “el pueblo unido jamás será vencido”, el pueblo dividido jamás vencerá), se encuentran quienes todavía piensan la sociedad de otra forma. 

Estos que ven la sociedad de otra forma son los que no creen en soluciones lingüísticas ni mágicas a problemas concretos que ameritan eficacia e idoneidad… La injusticia no es una cuestión de lenguaje. La prostitución —para ejemplificar lo que digo— no deja de ser prostitución porque le llamemos trabajo sexual. El adulterio no deja de ser adulterio porque le llamemos “poliamor”, el aborto no deja de ser un homicidio porque se le diga derecho, etc. Digo esto en base a que las decisiones (tanto lingüísticas como jurídicas, aunque tienen diferencias) no pueden alterar la realidad ontológica de cosas que son inalterables.

Todavía hay gente, además, que no cree en la censura y la intolerancia que se pregonan hoy como banderas en nombre del bien común. Por tanto, esta supuesta superioridad moral e intelectual que se plantea de manera totalitaria, encuentra y, a mi parecer, seguirá encontrando dura resistencia.

¿Qué necesitamos y qué no necesitamos?, ¿hasta dónde se debe meter el Estado y hasta dónde no?, la educación de los hijos ¿pertenece al Estado o a los padres?, ¿es agradable y “evolucionado” vivir todo el tiempo con miedo de lo que se dice, no por convicción sino por temor a las represalias despiadadas de la progresía moderna con todo lo que no se adecue a sus premisas?, ¿estamos dispuestos a negociar nuestra libertad, a cambio de un supuesto bien mejor que en la práctica no es más que una mentira? ¿Toleraremos que se nos imponga hasta el lenguaje que debemos utilizar, o que se adultere arbitrariamente nuestra lengua madre?, ¿es bueno que un grupo minoritario irrumpa en la manera de vivir del resto, y que a ese grupo lo apoyen la mayoría de los medios de comunicación (todos los masivos) y el propio Estado?, ¿es bueno discriminar gente en nombre de la inclusión?, desde que estas ideas comenzaron a tomar fuerza ¿tenemos una sociedad más justa?

Lo que nos queda, estimados, es la libertad de pensar. Mas si lo permitimos, hasta eso nos quieren quitar.

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