«El director y su Aurorita» por Carlos H. Lapenta

Extra

En la destemplada noche del miércoles, volví a releer viejos textos y puse especial atención en el que titulé “Crónica de una traición”, en la que me referí a la bicicleta que me llevó a tantos lados en mis tiempos de adolescencia. Narré algo que me parecía exclusivo, quizás en la arrogancia de suponer que el único que podía establecer un romance con su bicicleta era yo, pero me equivoqué porque en los comentarios posteriores (esos que hacen tan bien para retroalimentar el espíritu) me encontré que varios amigos/as habían tenido historias parecidas.

Quizás ellos fueron más piadosos, porque por motivos diferentes debieron despedirse de su bici en buenos términos. Yo no me despedí en malos términos, pero la abandone porque a los 18 ya tenía el carnet de conductor.

Y en todo ese repaso de mi vida en la bici, volví a pensar en ese idilio, que me parecía insuperable. Pero hoy, y pido disculpas por mi irreverencia, debo admitir que, seguramente, las calles de Chivilcoy podrán contar mejor que nadie, que una persona a bordo de su bicicleta desparrama cultura, conocimientos, memoria y servicios intelectuales en su mini roda Aurorita, como lo hace mi amigo Carlos Armando Costanzo.

Debo confesar que en alguna ocasión he conversado con amigos y les comenté que la bici de Carlitos debía ser expropiada, alojada en algún complejo cultural de la ciudad y declararla patrimonio histórico de Chivilcoy. Porque Carlos y su bici, fueron escribiendo y contando conjuntamente los tiempos idos, los que Carlos, con su pluma, fue reactualizando para que todos los chivilcoyanos podamos nutrirnos de su inagotable fuente del pasado local.

Por ahí no suena muy prudente decir que un ser vivo y algo inanimado logren mimetizarse de tal manera que su separación pudiera convertirse en algo imposible, pero quizás la realidad me permita amalgamar esa consideración. Carlos y su mini roda son símbolos distintivos de esta ciudad que los acoge con simpatía, respeto y reconocimiento, pero no es sólo a él, es a él y su bici, porque Carlos tuvo la deferencia de hacerla tan importante como él, porqué también él sabe que ella es su fiel compañera, la que en la fidelidad más absoluta le ofrendó su esfuerzo para que distribuyera por nuestras calles páginas de historia, de poesías, y quizás también escapándose del canastito algunos poemas lunfardos de los que Carlos es quizás, uno de los mejores exponentes argentinos.

Bien podríamos afirmar que parte de la historia de este pueblo se fue escribiendo sobre ruedas, si sobre las ruedas de la Aurorita de mi amigo Carlos, el director del archivo literario municipal.

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